sábado, 5 de abril de 2008

Viajando XII

Movimiento 12

Del aeropuerto a la estación de autobuses


 Una vez despierto, me puse a buscar cómo llegar a la estación de autobuses. No tuve que ir muy lejos, en realidad el mail de Heather fue de mucha utilidad y sólo necesité encontrar la estación de metro más cercana a la terminal de autobuses. Volveré a Clinton, en el centro de Chicago. Si en algún momento dado me faltara lana, pues pasaré la tarjeta, pero espero que me alcance para comprar mi boleto de autobús. 


 El vagón comienza su viaje hacia el centro de la ciudad. Es curioso, es como estar en Universidad yendo para Copilco, aunque, claro está, no me sentiría tan seguro de tener mi computadora prendida en el vagón allá. Además, el vagoncito me habla en inglés, y la gente no me mira, cada quien va aislado en su propio pensar, un mundo de burbujas es lo que se vive aquí. 


 De tener dinero, me quedaría en Chicago por el día de hoy y pasearía, pero no tengo ni un clavo, apuradamente creo tener para el boleto de regreso. En caso de que haya un buen espacio de tiempo entre mi compra y mi salida, tal vez vaya a darme una vuelta otra vez por el centro, pero estoy algo cansado para eso. Eso sí, llamaré a Heather en el CIP para darle a conocer los pormenores de la aventura de ayer. ¡Qué barbaridad! También veré si puedo hablarle a Víctor de una vez, para que no esté pensando; si no puedo, pues le hablo en cuanto llegue a Kalamazoo. Estamos dejando el aeropuerto y el alba acaba de romper ¡Qué emoción!


 El viaje duró más que la vez anterior, así que acabé en la estación Clinton cuando el sol alumbraba el río Chicago. De cualquier modo lo disfruté bastante, oyendo música y mirando gente, pendiente de la elevación del sol lo más posible. Luego llegó una señora y se sentó a mi lado. Tenía un olor a cigarrillo, más bien a colilla de cigarro, no fue una experiencia agradable. Me puse a pensar que no he fumado en un buen rato, no es que me sintiera orgulloso de ello, pues sé que el tabaquismo es un vicio terrible que vuelve de vez en vez, pero me sentí satisfecho de saber que no estoy desesperado por un tabaco. Es más, me pareció tan repugnante el olor de la señora que estuve a punto de pararme y cambiar de sitio. No lo hice, al final estaba cansado, y esta persona se bajó dos estaciones después. El olor duró otra estación, de todas formas. 


 Salí de la estación y un amable anuncio me dirigió a mi destino. Camine una cuadra al sur y otra al oeste. Y así fue, llegué al sitio deseado, pedí mi boleto y hablé con Heather para comunicarle a qué hora podría llegar a la escuela. El sitio se parece un poco a la terminal de autobuses de Oaxaca antes de su más reciente remodelación. Un pequeño espacio reservado para la taquilla, dos hileras de andenes, una frente a la otra, con doce andenes cada una, Algunas filas de asientos de metal, rústicos pero funcionales; no podría decir que son cómodos. Un pequeño estanquillo de comida que vende hamburguesas y otras cosas. ¡Cómo me gustaría una torta de milanesa ahora mismo! Y nada más. 


 Mi categoría de estudiante me concedió un descuento, no sé exactamente de cuánto pero acabé pagando 21 dólares por el boleto. El trámite fue rápido y sencillo, después de esperar unos cinco minutos a que un par de negritos se registraran con todo y maletas. Una vez con mi boleto en la mano, hablé al CIP y una muy querida voz me contestó. “Where have you been?” (¿Dónde has estado?) Le dije que había pasado la noche en el aeropuerto y que mi camión salía a las 10 más o menos, hora de Chicago, para ir llegando a Kalamazoo a las dos de la tarde. Como se me terminaba el crédito para la llamada, le dije que le contaría con más calma en cuanto llegara y me despedí. 


 Ahora estoy terminando mi relato y después intentaré explorar un poco más el centro y tomar las últimas fotos de Chicago, una ciudad que me gusta cada vez más, será porque hay tanto español flotando en el aire.

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