Movimiento 4
Dentro de O’Hare por la madrugada
He recorrido las terminales de este santo aeropuerto, bueno, las salas que hay antes de documentar el equipaje. Me dormí una media hora en la entrada del Hilton, pero no me acomodé en la alfombra y me tuve que levantar. Seguí caminando. Estoy agotado.
Me encontré a un puertorriqueño de edad madura, cabello coro y ligeramente cano, acento caribeño que se nota a dos leguas, ojos vivarachos y redondos, manos ásperas y poca paciencia. Nos subimos en el mismo transporte que iba de la terminal 2 a la 5. Bajamos en la misma terminal y nos separamos. Vagué un rato y cuando me cansé de andar, me volví a tomar el otro tren para mi terminal. Entonces lo vi, lidiando con las señales y tratando de entender dónde estaba el elevador, dónde bajar y como volver a la terminal 2. Hallamos el ascensor y abordamos el mismo vagón. Platicamos un poco, muy poco. A dónde íbamos, de dónde veníamos, de los procedimientos en el aeropuerto después de los atentados de hace siete años, de esto y lo otro. Nos despedimos en la terminal 3, yo bajé a seguir con mi vagabunda exploración y él se iba a casa con su esposa, una mujer que no dijo ni pío.
Después de un rato, me subí al tren que iba a la terminal 5. Llegué al estacionamiento público y transbordé para la terminal 2. Aquí estoy ahora. Son las tres y cuarenta. El sueño se me ha ido un poco, pero tengo hambre.
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