Movimiento 10
Vuelta al Aeropuerto y un avión retrasado.
El avión salía a las 3:31 de Minneapolis para llegar a las 4:59 a Chicago. El tren salía una hora más tarde, a las 6:00, para llegar a las 10 más o menos a Kalamazoo. Ése era el plan, tomar el vuelo, correr en el tren de Chicago para alcanzar mi vagón en la estación de ferrocarril. Pero nada salió precisamente según este plan.
Mi taxi, un Lincoln negro, me dejó en la entrada del aeropuerto a tiempo. Imprimí mi boleto y pasé a la sala de espera. Mi primera desilusión vino cuando anunciaron mi vuelo como retrasado. Saldríamos a las 3:50 de la tarde. Veinte minutos que casi hacían imposible la proeza que estábamos buscando lograr. Mientras estaba trabajando en estas líneas, reconstruyendo mi fin de semana pues durante el mismo no tuve tiempo de llevar un diario puntual, una voz amable soltó por el altoparlante un “five o five” que toda la audiencia recibió con señales de resignación, algunos hasta de desesperanza. Yo, sentado con mi ordenador en el regazo, seguí escribiendo, sabiendo que pasaría la noche en el aeropuerto y a la mañana siguiente trataría de hallar un autobús para Kalamazoo. ¡Qué bueno que esto no pasó en el último día de vacaciones! El Señor sabe como hace sus cosas, me dije, y terminé el párrafo. Cerré la computadora y esperé una hora más: qué más daba ya.
Anunciaron nuestro vuelo, agradecieron nuestra paciencia y comenzamos el abordaje. Ni bien me senté en mi lugar, cerré los ojos y me dormí. Despegamos, escuché algunas canciones en mi iPod y seguí con los ojos cerrados. Pedí un jugo de manzana, pero entendieron mal y me dieron uno de naranja. No me importó lo suficiente como para reclamar y lo dejé así. Aterrizamos en Chicago a las 7 hora local, después de que el vuelo hiciera lo posible por recuperar el tiempo de retraso, sin mucha diferencia realmente. Me alisté para explorar.
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